LA FUNCION DEL ARQUITECTO.
A principios del siglo XXI, en este contexto de monopolio
del poder económico, la función del arquitecto se ha vuelto más ambigua y
ambivalente. Ha tendido a convertirse en un sirviente de los intereses de poder
privado y de la ideología del poder público (cuando esta existe), lo que le
anula intrínsecamente las posibilidades de desarrollo de una cultura crítica,
pues al hacerlo en el contexto de la sociedad neoliberal se arriesga a quedarse
sin su fuente de trabajo. Aunque el arquitecto siga defendiendo su papel
cultural y social, en realidad cierto tipo de trabajo se ha convertido en
incompatible con el ejercicio de la crítica. Incluso la información sobre
arquitectura ha pasado a estar dominada por lobbies
de presión de intereses.
Lo que denominamos crisis de la profesión es una
consecuencia de los desajustes entre la cultura y la formación del arquitecto y
lo que la sociedad demanda de ellos y ellas, de la contraposición de un modelo
universitario para formar elites y el proceso de democratización de acceso a la
universidad. Los perfiles profesionales que se forman continúan basándose en la
falsa pertenencia a un grupo de excelencia, que trabaja para uno de los
sectores más favorecidos y, por tanto,
se educa a servidores del poder, cuya actuación hacia los “otros” es siempre
asistencial y desde instancias superiores. El gran reto actual es formar
universitarios que fortalezcan las
sociedades democráticas y más justas del siglo XXI.
En este sentido, se perfilan diversas posiciones que tienden
a polarizarse en dos extremos: por un lado, aquellos arquitectos que quieren
ser fieles al statu quo, a sus clientes
y amos y, por otro, quienes intentan mejorar la vida de las personas. Si lo que
se quiere es ser un arquitecto reconocido y publicado en los medios a toda
costa, este se verá abocado a ser fiel a los poderosos y a ir adaptando con
impostura los mensajes que los medios y grupos de presión tienden a promocionar.
Si el arquitecto quiere ser leal a su función social, se ve impulsado a superar
sus coordenadas profesionales, industriales y comerciales para poder hacer un trabajo auténticamente culto
y crítico, multidisciplinar y colectivo que participe en proyectos sociales y
de cooperación.
Por ejemplo es de vital importancia desenmascarar a quienes,
dedicados a integrarse en su papel de servidores del poder y de los intereses
inmobiliarios, recurren a la impostura, a la hipocresía y los falsos argumentos
para justificarse, utilizando legitimaciones falsas y ajenas a la realidad de
las obras como la sostenibilidad, la sociabilidad y la vanguardia (como el
diseño paramétrico entre otras). Deberían reconocer abiertamente que su obra
entra en una lógica de control y dominio, de explotación y especulación, que son
arquitectos de los poderosos.
En este sentido todo arquitecto que proyecte un edificio público
–un aeropuerto, un museo o un centro comercial- debe saber que los espacios y
medios de control son tan importantes que influyen en el proyecto de manera muy
distinta a como lo han hecho hasta hace pocas décadas, especialmente en sus asensos
y vestíbulos. Las cuestiones de seguridad y el control han pasado a un lugar
prioritario, y resultaría hipócrita seguir proyectando sin querer reconocerlo. En
consecuencia, los elementos de control son un equipamiento más de los edificios
públicos, como los son un ascensor o las instalaciones, y los técnicos deben
afrontarlo como un tema más de proyecto
para intentar resolverlo de la manera más honesta y eficaz posible.
JOSEP MARIA
MONTANER * ZAIDA MUXI, ARQUITECTURA
Y POLÍTICA Ensayos para mundos alternativos [2011] Barcelona. Ed. GG.
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