6.11.2013

LA FUNCION DEL ARQUITECTO.

A principios del siglo XXI, en este contexto de monopolio del poder económico, la función del arquitecto se ha vuelto más ambigua y ambivalente. Ha tendido a convertirse en un sirviente de los intereses de poder privado y de la ideología del poder público (cuando esta existe), lo que le anula intrínsecamente las posibilidades de desarrollo de una cultura crítica, pues al hacerlo en el contexto de la sociedad neoliberal se arriesga a quedarse sin su fuente de trabajo. Aunque el arquitecto siga defendiendo su papel cultural y social, en realidad cierto tipo de trabajo se ha convertido en incompatible con el ejercicio de la crítica. Incluso la información sobre arquitectura ha pasado a estar dominada por lobbies de presión de intereses.
Lo que denominamos crisis de la profesión es una consecuencia de los desajustes entre la cultura y la formación del arquitecto y lo que la sociedad demanda de ellos y ellas, de la contraposición de un modelo universitario para formar elites y el proceso de democratización de acceso a la universidad. Los perfiles profesionales que se forman continúan basándose en la falsa pertenencia a un grupo de excelencia, que trabaja para uno de los sectores más favorecidos  y, por tanto, se educa a servidores del poder, cuya actuación hacia los “otros” es siempre asistencial y desde instancias superiores. El gran reto actual es formar universitarios que  fortalezcan las sociedades democráticas y más justas del siglo XXI.
En este sentido, se perfilan diversas posiciones que tienden a polarizarse en dos extremos: por un lado, aquellos arquitectos que quieren ser fieles  al statu quo, a sus clientes y amos y, por otro, quienes intentan mejorar la vida de las personas. Si lo que se quiere es ser un arquitecto reconocido y publicado en los medios a toda costa, este se verá abocado a ser fiel a los poderosos y a ir adaptando con impostura los mensajes que los medios y grupos de presión tienden a promocionar. Si el arquitecto quiere ser leal a su función social, se ve impulsado a superar sus coordenadas profesionales, industriales y comerciales  para poder hacer un trabajo auténticamente culto y crítico, multidisciplinar y colectivo que participe en proyectos sociales y de cooperación.
Por ejemplo es de vital importancia desenmascarar a quienes, dedicados a integrarse en su papel de servidores del poder y de los intereses inmobiliarios, recurren a la impostura, a la hipocresía y los falsos argumentos para justificarse, utilizando legitimaciones falsas y ajenas a la realidad de las obras como la sostenibilidad, la sociabilidad y la vanguardia (como el diseño paramétrico entre otras). Deberían reconocer abiertamente que su obra entra en una lógica de control y dominio, de explotación y especulación, que son arquitectos de los poderosos.
En este sentido todo arquitecto que proyecte un edificio público –un aeropuerto, un museo o un centro comercial- debe saber que los espacios y medios de control son tan importantes que influyen en el proyecto de manera muy distinta a como lo han hecho hasta hace pocas décadas, especialmente en sus asensos y vestíbulos. Las cuestiones de seguridad y el control han pasado a un lugar prioritario, y resultaría hipócrita seguir proyectando sin querer reconocerlo. En consecuencia, los elementos de control son un equipamiento más de los edificios públicos, como los son un ascensor o las instalaciones, y los técnicos deben afrontarlo como un tema más  de proyecto para intentar resolverlo de la manera más honesta y eficaz posible.


JOSEP MARIA MONTANER * ZAIDA MUXI,  ARQUITECTURA Y POLÍTICA  Ensayos para mundos alternativos [2011] Barcelona. Ed. GG.

No hay comentarios.: